
Los dominicanos creemos que vivimos en democracia porque celebramos elecciones cada cierto tiempo y podemos decir lo que nos da la gana por los medios de comunicación.
Ese concepto minimalista de la democracia hace tiempo que está desacreditado, pues tras la fachada de unas elecciones siempre aparece el oro corruptor comprando conciencias y para qué sirve que los medios se hagan eco de las expresiones de protesta de la gente si las autoridades no escuchan ni reaccionan a ellas.
El último ejemplo de esta falta de sintonía lo constituyen los esfuerzos por torcer los mandatos de la Constitución aprobada hace menos de un año, que el caso del Tribunal Constitucional representa cabalmente.
Primero fueron los esfuerzos en la Asamblea Nacional y luego en el proceso de aprobación de la Ley Orgánica. Todos los esfuerzos estuvieron dirigidos a cortarle las alas a una institución fundamental para el estado de derecho en el país.
Quien se oponga a la plena vigencia de una corte constitucional a lo que aspira en el fondo, es a perpetuar un estado de cosas que es insostenible en la etapa de desarrollo de la humanidad, pues como afirman Linz y Stepan, "ningún régimen debería ser llamado democrático... si los funcionarios del poder ejecutivo... infringen la Constitución, violan los derechos de los individuos y de las minorías, se entrometen en las funciones legítimas de la legislatura, y así fallan en gobernar dentro de los límites del estado de derecho"...
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